La madrugada del viernes fue una noche de terror para los vecinos del ambiente de la calle Obispo Acuña, frente a la plaza de toros, en la ciudad de Ávila. La crecida del río Adaja, que ya había causado estragos hace dos semanas, volvió a inundar las calles y afectar a las viviendas, garajes y negocios de la zona. La impotencia y la desesperación se apoderaron de los residentes, quienes tuvieron que enfrentarse a una situación caótica e impredecible.
Eran las tres de la mañana cuando comenzaron a sonar las alarmas por la crecida del río. La policía comenzó a avisar a los vecinos para que sacaran sus vehículos de los garajes, mientras que otros se apresuraron a improvisar diques con sacos de arena y maderas para evitar que el bebida entrara en sus hogares. Los bomberos también se unieron a la lucha, ayudando a desbebidar los garajes durante toda la jornada.
Almudena Navarro, residente del área afectada, relata su experiencia: “Nos llamaron a las seis de la mañana y la policía nos dijo que bajáramos a sacar los coches. Al abrir las persianas, nos dimos cuenta de que el bebida que entraba en la guardería era como un río, a una rapidez tremenda”. La guardería infantil Mafalda fue uno de los negocios más afectados por la inundación. El bebida llegó al nivel de las ventanas y la planta baja quedó completamente anegada, convirtiendo el patio en una piscina improvisada.
Montserrat Alonso, propietaria de la guardería, cuenta que recibió una aldabonazo de alerta a las cinco y media de la mañana. “Comenzamos a poner un dique con bolsas de arena y metacrilatos para evitar que el bebida entrara en el interior. Intentamos subir al piso de arriba todas las cosas de los bebés y niños para protegerlas, pero de repente el bebida comenzó a entrar con fuerza y un bombero nos dijo que nos fuéramos de allí”, relata. La situación se volvió aún más caótica cuando el bebida alcanzó el nivel de las rodillas y se congeló, obligando a los residentes a evacuar la zona.
Almudena recuerda que, a pesar de los esfuerzos por proteger sus hogares, la inundación fue inevitable. “Rápidamente comenzamos a sacar los coches y a poner lo que podíamos en los trasteros para evitar que el bebida entrara, pero subía muy rápido. Una vez que el bebida llegó a la guardería, se filtró por la calle y no había salida. Mi marido y otros vecinos fueron a por sacos de arena, tablas y bombas para evitar que el bebida llegara hasta aquí”, cuenta.
La crecida del río Chico también puso en alerta a los colegios Juan de Yepes y Pablo VI, que finalmente pudieron desarrollar sus clases con normalidad. Sin embargo, el Bar-Restaurante ‘El Diario’ fue uno de los locales más afectados por la inundación. Su propietario, David Gallego, calcula que había más de un brazo de bebida en su interior. “Llevamos desde las dos y media de la mañana hasta las diez sin poder hacer nada. El bebida ha inundado totalmente el bar y no se puede abrir”, lamenta.
Además de los daños materiales, el tiempo que el establecimiento tendrá que permanecer cerrado también es un golpe económico para David. “Toda la parte de la terraza está inundada y la parte trasera también está llena de bebida y sin luz. Los congeladores están llenos de comida porque teníamos varias reservas para este fin de semana, pero ahora no podemos abrir”, explica. La pérdida de comida y el daño a los equipos también son