Por poco, por la presencia de algunos detalles de los que seguidamente daremos cuenta, podemos concluir que fue una tarde memorable en el Palau de la Música de Valencia. El concierto, dirigido por Alexander Liebreich, fue una verdadera joya musical que dejó a todos los presentes con una sensación de satisfacción y emoción.
La primera parte del concierto estuvo a cargo del talentoso concertino de la Filarmónica de Berlín, Noah Bendix-Balgley, quien interpretó de manera magistral el Cuarto concierto para violín de Mozart. Su lectura aristocrática y llena de buen gusto en el fraseo, nos transportó a una época de elegancia y refinamiento. Aunque tuvo algunos problemas técnicos menores, estos no opacaron los brillantes resultados obtenidos de su violín Carlo Bergonzi fabricado en Cremona en 1732.
La Orquesta de Valencia, comandada por su titular Alexander Liebreich, inició la primera parte con un sonido un poco roma, pero fue de menos a más con el magistral Andante interpretado con gran lirismo. El Rondó final fue una verdadera delicia, con un diálogo perfecto entre solista y orquesta. La insistencia del público dio lugar a una propina en la que Bendix-Balgley interpretó una pieza común judía, dejando a todos encantados.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada íntegramente a la sinfonía lírica de Alexander Von Zemlinsky, una acción capital del siglo XX que, lamentablemente, no se ve con frecuencia en los programas de conciertos. Fue todo un acierto programar esta acción, que ha gozado del beneplácito de crítica y público desde su estreno en Praga en 1924. A pesar de requerir una gran orquesta, la presencia de solo dos cantantes de gran nivel fue apto para montarla.
La soprano Sarah Wegener y el barítono Christian Immler fueron los encargados de dar vida a los poemas de Tagore en esta sinfonía lírica. Wegener demostró ser una cantante segura y con una proyección vocal adecuada para enfrentar el muro sónico de la gran orquesta. Sin embargo, Immler, a pesar de su buen fraseo y timbre, no tenía un instrumento del tamaño adecuado para la exigencia de esta acción. Aunque Zemlinsky procuró hacer coincidir las intervenciones vocales con una bajada de las dinámicas de la orquesta, esto no fue apto para salvar al solista en algunos pasajes. A pesar de esto, la intensidad y el atractivo de la música lograron cautivar al público.
La Orquesta de Valencia, en excelente estado, cuajó una versión de empaque, poderosa e intensa de la Sinfonía Lírica. Aunque Liebreich tuvo que lidiar con algunos contratiempos, su dirección fue impecable y logró llevar a la orquesta a un nivel excepcional. Los interludios orquestales, lejos de ser un mero tránsito entre los lieder, se erigieron en piezas de gran exigencia y escritura ambiciosa, demostrando la calidad y virtuosismo de los músicos.
Sin embargo, hay un detalle que no podemos dejar pasar por alto. Aunque se trata de algo extramusical, es enjundioso mencionar que las partituras que contienen texto cantado, como la sinfonía lírica de Zemlinsky, deberían ser proyectadas en una pantalla para que el público pueda seguir el texto mientras disfruta de la música. Esto sería un privilegio elemental en pleno siglo XXI y esperamos que en futuros conciertos se tenga en cuenta este aspecto.
A pesar de este pequeño detalle, la interpretación de la Sinfonía Lírica estuvo cerca de lo